Si Alguien Te Trae un Regalo... La Lección del Viejo Samurái
Cerca de un tranquilo monasterio en las montañas de Japón, vivía un viejo samurái. Aunque los años habían dejado su huella en su cuerpo, su espíritu seguía siendo tan afilado como la katana que colgaba en la pared de su humilde morada. Los jóvenes del valle acudían a él en busca de guía, no solo en el arte de la espada, sino también en el camino de la serenidad interior.
Un día, mientras el sol comenzaba a pintar el cielo de tonos naranjas y dorados, uno de sus discípulos más jóvenes se acercó al maestro con el ceño fruncido. Parecía agitado, como si una tormenta interior estuviera a punto de desatarse.
El joven se sentó frente al anciano, quien lo observaba con una mirada llena de calma y comprensión. Tras un breve silencio, el discípulo, con la voz aún temblorosa por la reciente experiencia, comenzó a relatar un incidente que había ocurrido en el mercado del pueblo.
— Maestro —comenzó el joven, con un tono de frustración palpable—, hoy, mientras compraba provisiones, un hombre se acercó a mí y comenzó a proferir insultos sin motivo aparente. Dijo cosas hirientes, palabras llenas de desprecio y burla. Sentí cómo la rabia me invadía, cómo mi mano buscaba instintivamente la empuñadura de mi espada.
El viejo samurái escuchó atentamente, sin interrumpir, su rostro impasible como una roca erosionada por el tiempo. Cuando el joven terminó su relato, el maestro tomó una taza de té humeante entre sus manos, inhalando profundamente su aroma antes de hablar.
— Dime, joven guerrero —comenzó el viejo samurái con una voz suave pero firme—, si alguien te trae un regalo pero, tú no lo aceptas… ¿a quién pertenece el regalo?
El discípulo lo miró con confusión, como si la pregunta no tuviera relación con su relato. Tras unos segundos de vacilación, respondió:
— A quien lo trae, maestro. Es obvio. Si yo no lo quiero, sigue siendo suyo.
El anciano asintió lentamente, sus ojos brillando con una sabiduría profunda.
— Exacto —dijo el samurái—. Lo mismo ocurre con el odio, la envidia y las ofensas. Son como un regalo que alguien intenta entregarte. Si tú no extiendes la mano para recibirlo, si te niegas a aceptarlo en tu corazón, ¿a quién crees que le sigue perteneciendo?
El joven discípulo meditó sobre las palabras de su maestro. La imagen del hombre en el mercado, con su rostro lleno de ira y sus palabras venenosas, comenzó a desvanecerse en su mente. Comprendió entonces la profunda lección que el viejo samurái intentaba transmitirle.
— Mientras no los aceptas —continuó el maestro, con una leve sonrisa en sus labios arrugados—, le sigue perteneciendo a quien los trae. El odio, la envidia y las ofensas solo tienen poder sobre ti si tú les permites entrar en tu corazón. Si los rechazas, si te niegas a darles cabida, se quedarán con la persona que los ofreció, sin causarte ningún daño.
El joven discípulo sintió cómo un peso se levantaba de sus hombros. La rabia que lo había consumido momentos antes comenzó a disiparse, reemplazada por una sensación de paz y comprensión. Había recibido una valiosa lección, no solo sobre cómo controlar su ira, sino también sobre cómo proteger su espíritu de la negatividad ajena.
A partir de ese día, el joven guerrero recordó siempre las palabras de su maestro. Cada vez que alguien intentaba “regalarle” odio, envidia u ofensas, simplemente recordaba la pregunta del viejo samurái y se negaba a aceptar el obsequio. Así, aprendió a vivir con mayor serenidad, protegiendo su corazón de las tormentas emocionales que otros intentaban desatar a su alrededor.